Ésta
semana Santa hemos hecho una pequeña escapada, nos hemos ido unos días a
Bilbao (sí, volvemos de nuevo). Cuando fuimos el verano pasado me quedé con
ganas de visitar un par de sitios, así que era el momento de quitarme esa espinita.
Ha
sido un viaje corto y muy tranquilo, sobre todo hemos ido a descansar, a
disfrutar de nuestras peques y a pasar todo nuestro tiempo libre con ellas. No
hemos tenido prisa por levantarnos ni tampoco por acostarnos jejeje. Hemos ido
al ritmo que nos pedía el cuerpo y la verdad es que ha sido un gustazo.
El
día que llegamos a Bilbao no hicimos nada porque era muy tarde, el viaje
de ida fue muy relajado, paramos varias (muchas) veces durante el trayecto, generalmente para ir al baño ;)
Al día siguiente nos levantamos tarde, casi a las 11h de la mañana. Cosa inaudita para nosotros, porque mis peques son de madrugar y más si no tienen clases. Después de desayunar y arreglarnos nos fuimos a un parque cercano para que las niñas jugasen y estirasen las piernas.
Por la tarde, después de comer, nos acercamos al monte Artxanda para coger el funicular que te deja en el centro de Bilbao muy cerca de la ría, a la altura del puente de Calatrava. A las peques les encantó la experiencia de montar en el funicular y como aparcamos en el monte tenían asegurado otro viaje más. Una vez en la ría estuvimos paseando por la orilla en dirección al museo Guggenheim para visitar a Pupi, la mascota del museo. Pasamos un ratito allí y volvimos de nuevo al funicular para coger el coche e irnos a cenar. Esa noche volvimos a acostarnos tarde y por lo tanto, a la mañana siguiente volvimos a no madrugar.
Al día siguiente nos levantamos tarde, casi a las 11h de la mañana. Cosa inaudita para nosotros, porque mis peques son de madrugar y más si no tienen clases. Después de desayunar y arreglarnos nos fuimos a un parque cercano para que las niñas jugasen y estirasen las piernas.
Por la tarde, después de comer, nos acercamos al monte Artxanda para coger el funicular que te deja en el centro de Bilbao muy cerca de la ría, a la altura del puente de Calatrava. A las peques les encantó la experiencia de montar en el funicular y como aparcamos en el monte tenían asegurado otro viaje más. Una vez en la ría estuvimos paseando por la orilla en dirección al museo Guggenheim para visitar a Pupi, la mascota del museo. Pasamos un ratito allí y volvimos de nuevo al funicular para coger el coche e irnos a cenar. Esa noche volvimos a acostarnos tarde y por lo tanto, a la mañana siguiente volvimos a no madrugar.
El plan para el segundo día era ir a visitar el Bosque pintado de Oma. En el punto de información nos explicaron que también se podían visitar las cuevas de Santamamiñe pero tendríamos que haber reservado con antelación porque son visitas guiadas de grupos reducidos.
Para llegar al bosque de Oma se pueden tomar dos caminos, uno de 2,5km y el otro de 3,5km. En realidad es una ruta circular de 6km. En la oficina de turismo nos aconsejaron que fuéramos por el más corta a pesar de ir en sentido contrario. Éste camino atraviesa la aldea de Oma, y durante el trayecto vas viendo las vacas, ovejas, cabras y caballos de las fincas.
Es un paseo casi todo de bajada con dos subidas muy, muy empinadas. Con las peques hacerlo así estuvo bien porque luego la vuelta en su mayor parte fue cuesta abajo. Y menos mal, porque estando ya en el Bosque comenzó a llover mucho aunque mi marido, muy previsor, llevaba unos chubasqueros de plástico y con ellos hicimos el camino de regreso sin mojarnos. A mí me pareció relajante pasear bajo la lluvia mientras vas respirando el olor a tierra húmeda. Mi marido, con la peque a hombros durante todo el camino de vuelta, no lo ve igual :)
¡El bosque es precioso! Vale la pena ir a verlo aunque llueva un poco ¡Yo me quité la espinita! 😉
Mientras caminábamos bajo la lluvia, sólo pensábamos en comer y aunque teníamos bocadillos en el coche, después de la caminata nos apetecía algo más y decidimos comer en el restaurante. La comida fue estupenda y la camarera fue muy atenta y cariñosa con las peques.
Después de comer nos acercamos a ver el Castillo de Arteaga que está muy cerquita del Bosque. Hoy día está transformado en un hotel pero igualmente vale la pena visitarlo, es como un castillo de cuentos pero en chiquitín.
Nuestro último día fue muy tranquilo, tomamos la decisión de pasar un rato por el caso viejo de Bilbao. Estuvimos paseando por las siete calles, subiendo y bajando las escaleras de Mallona (300 escalones), se bajan en un momento y subirlas tampoco es demasiado. Paseando por allí vimos a varias chichas con unos gofres súper ricos y grandes. Eran unas burbujas de pan de gofre en forma de cono rellenas de nutella y helado. Como me gustaron mucho y era la hora de merendar, preguntamos dónde los habían comprado y nos dirigimos hacia el local donde los hacen. Las niñas y yo queríamos uno. Tuvimos que hacer cola, pero mereció la pena. El local se llama Holy Bubbles y ¡espero que pongan uno pronto en mi ciudad!
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